viernes, 28 de septiembre de 2012

La Maga. Septiembre, 2012



Como cada noche o casi cuando iba a atardecer, venía a nuestra casa la Maga. Llegó de improviso, era septiembre si, casi sin presentaciones, como este otoño, aunque vagamente nos acordábamos algo de ella, el tiempo, borra todo recuerdo. Traía siempre un vestido transparente y Lucía, es decir, la Maga, a veces desaparecía, pero volvía al poco rato,

(pero volvía al poco rato, ...)
siempre llena de preguntas, de dudas, metafísicas unas, más abstractas otras, sobre todo era directa, entraba al trapo con facilidad, con muletillas de gracia sudamericana, y siempre preguntaba, siempre. Su vida no era fácil, tampoco lo fue en su pasado Montevideo. Gregorovius aparece en un momento crucial de su vida, cuando ya la luz de Horacio parecía alejarse cada vez más de su vida, en un pacto sin remordimientos, sin compromisos, sin ataduras, simplemente porque algo se ha roto y ya nada podrá pegarlo. Quedan los trozos rotos, es decir, nosotros, lo que somos ahora, vidas rotas y descompuestas y vueltas a componer con remiendos, con ataduras con el fin de sobrevivir, de volver a vivir aunque sea sólo con los restos. Vivir, vivir, siempre la eterna pregunta, la que nos hace dudar, la que nos reafirma en nosotros mismos, en nuestras convicciones. También la muerte la otra cara, la irremediable cara oculta de la luna de la vida. Vivir es la duda y es la pregunta. Vivir es las dos cosas, es la respuesta. Y todo gira a su alrededor, como en un tocadiscos, cada uno va leyendo su microsurco (la música,  pone cada uno la que quiera) hasta el final. El mundo gira en el plato, lo han puesto para nosotros, para cada uno, para que lo disfrute y lo viva, y lo reviva. Y así, cada uno va viviendo su verdad, su camino bien pegadito al suelo, a la baquelita que gira, que a veces nos arrastra…

Se me olvidaba mencionar que este personaje es de la novela rayuela de Julio Cortazar, un autor argentino que vivió largas temporadas en París, ciudad donde comienza la historia. Horacio es su alter ego, bien subidito sobre sí mismo, siempre al borde de un abismo: su aburrido discurso intelectual, y que a estas alturas de la novela (la cuarta parte), me parece un personaje un poco monótono, lleno de sabiduría por otra parte, con ese dominio del lenguaje, con ese bagaje cultural que Julio trasmite a Horacio, en un derroche de tiempo que es preciso invertir para el lector medio (es decir, como yo), y comprender algunas frasecitas propias de verdaderos amantes de las letras en su amplitud. Aquí Cortazar no se priva de nada y la lectura, se ve continuamente interrumpida por la búsqueda del sentido de lo que dicen o quieren decir a través del autor. Vamos anotando los términos y nombres propios para una posterior búsqueda en la wiki, ayuda inestimable.

Todo comenzó cuando mi mujer y yo íbamos caminando junto a un viejo canal, repletito de agua, y se me cruzó la idea de empezar este otoño con alguna actividad que pudiésemos realizar juntos. Y sugerí que podíamos “leer” algo juntos. Dado que la idea era mía, también había decidido que fuese ella la que comenzara esta nueva experiencia, y que además empezaríamos con un libro que nos permitiera una segunda lectura distinta a la primera, ya dispuesto así por su autor. De tal manera que el libro permite seguir un camino trazado, comenzando por el capítulo 73 y después ir siguiendo el capítulo que se indica al final de cada uno. En nuestro caso contábamos con la ventaja de disponer de dos ediciones distintas, edhasa 1979 y un planetaagostini del 85. El mío, más viejo por edición y más estropeado, por prestado que por leído, tenía en la portada una foto de Julio Cortazar con un pitillo en la boca. En un lateral el dibujo de una rayuela que comienza en la tierra y en cuadrados numerados acaba en un semicírculo, con la palabra cielo. Curiosamente,  apenas se repite en el texto la palabra rayuela, aunque tal vez obedece a que el autor considere que todo esto de la novela es un puro juego, desde la posible disposición de los capítulos, y ahora el título, el nombre de un juego infantil.

Julio Cortazar, en su casa de París
Mi  edición de hace 33 años tiene buena parte de las frases en francés, traducidas por tener un primo quinceañero el año que compré el libro. Lo utilicé, lo reconozco, pero ahora tiene sus ventajas. Esto, conocer un poco de jazz, de arte surrealista, de filosofía variada y sobre todo, un buen diccionario, son las mejores herramientas para conocer un poco el mundo donde se mueven los personajes,  y adentrarnos en la lectura y no salir lacerados ante el impresionante despliegue de su habilidad literaria, intelectual, de saber encajar las palabras desconocidas en su contexto, pero como en un puzzle, con el significado escondido tras un adjetivo argentino, o un vocablo que cuando encuentras su significado, debes probar con las diversas acepciones, y probar con su contexto, probar como con  una pieza de puzzle, ya lo había dicho.

Animo a todos aquellos que “olvidaron” rayuela,  a que la vuelvan a leer, pero esta vez, un poco más despacio, más meditado, más crítico. Esto va especialmente dedicado, a mis compañeros de la UNED, que me estarán escuchando…( Paqui, oigo tus pasos…?).
Durante el mes de octubre comenzaré la lectura por el camino que nos propone el autor, su “rayuela”. Hasta entonces.



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